jueves, 11 de noviembre de 2010

EL CHICO DE CABELLOS PLATEADOS

Érase una vez un chico de cabellos plateados. Tenía una larga melena plateada, algo extraño para un chico, que siempre lucía de manera impecable. Su cuerpo era atlético y delgado, tenía la suerte de tener una buena constitución. Su rostro era de contornos suaves y delicados, con rasgos femeninos, de una belleza desconcertante. Las chicas que lo veían tenían la impresión de ver a un ángel, a una especie de ser andrógino con una belleza más allá de este mundo.Y es que en él lo masculino y lo femenino se halllaban en perfecta armonía, de una manera inaudita, que se reflejaba en su apariencia física. Sus ojos eran cálidos y dulces, con una mirada poética y serena. Vestía de forma clásica, con ropa muy elegante pero sencilla.

Vivía en una casa blanca, donde abundaba la decoración sencilla y de madera. A él le gustaba tener siempre una buena iluminación y usar tonos naturales. Vivía solo porque siempre se sintió completo, se bastaba consigo mismo. En su casa destacaba un precioso y cuidado jardín. Su tamaño era como el de cualquier jardín que pueda tener una casa, pero él adoraba la botánica y tenía una gran variedad de flores. El jardín estaba diseñado de forma exquisita. Le gustaban especialmente los rosales, tenía de varios colores, pero sus favoritas eran las rosas blancas. La verdad es que hacía mucha vida en su jardín, porque también era su remanso de paz y su fuente de inspiración. Tenía siempre un lienzo con su trípode preparado para pintar. Le gustaba pintar al óleo o bien con carboncillos y utilizando los dedos para difuminar. También adoraba la poesía. El jardín tenía en el centro una mesa y una silla donde él se sentaba cada tarde a tomar el té relajadamente. Solía sentarse y meditar, o bien se inspiraba para escribir o pintar. También visitaba cada día cada una de sus flores, observando que sus cuidados fueran impecables. No es que fuera meticuloso, simplemente su grado de atención y delicadeza hacia las cosas era algo que se escapa a la comprensión. Cuando pintaba se abstraía de tal manera que su mirada estaba totalmente concentrada en lo que hacía, adoptaba una mirada intelectual, recreándose en el detalle.

Era médico de profesión, con amplios conocimientos de filosofía. Su facilidad para las lenguas también hizo que hablara algunas lenguas. Pero para él, todo aquello era simplemente conocimiento, que utilizaba en el ámbito práctico cuando la situación así lo requería. Él prefería lo intangible: como el arte y la filosofía. Como artista tenía mucha paciencia. Prefería tener pocas obras pero dedicarles todo el tiempo necesario, con calma. Así era como disfrutaba.

Cuando salía a la calle siempre había alguna chica que se lo quedaba mirando. Su presencia solía abrumar a las chicas, que cuchicheaban y lo miraban tímidamente, como algo que no podía ser real. A veces él ni se daba cuenta, pero si se percataba sonreía dulcemente. Eso era algo que resultaba cómico para él. Sin embargo, era muy observador en general. Mientras caminaba observaba las cosas y se hacía una idea rápida de cualquier situación.

Un día como tantos, salío a caminar, ya que era una tarde soleada que invitaba a dar un paseo. En su paseo se cruzó con una persona totalmente distinta a las que hasta el momento se había encontrado. Era una chica, una estudiante universitaria como tantas, pero que consiguió captar toda su atención. La energía tan sublime que emanaba aquella chica era algo que no había visto antes. La observó y se hizo una idea: parecía la típica chica con autoestima baja, a la que le gustaba pasar desapercibida, tímida,...pero esa era la idea que ella tenía de sí misma. El vió algo muy distinto: vió una chica de una belleza delicada, que podía parecer frágil, pero eso era debido a su extrema pureza. Encontró en ella una feminidad exquisita, lo que justamente su alma de poeta hubiera definido como feminidad. Sus gestos eran tan armoniosos, y ella caminaba ajena a toda esa belleza que a él lo había cautivado.
La chica pasó y él continuó caminando pensando cómo era posible que ella no se diera cuenta de lo que él había visto en ella. Él llegó a casa, se sentó en el jardín a tomar el té y se quedó pensando en eso. Los días pasaron y otra tarde volvió a salir. La casualidad quiso que él volviera a encontrarse a aquella chica: caminaba como la otra vez, con prisas, como pensando en cosas que para él carecían de toda importancia. La chica se le acercó para pedirle la hora. Fue de las pocas chicas que no se impresionó por su presencia. Se dirigió a él como lo hubiera hecho con cualquier otra persona. Eso a él le gustó especialmente. La invitó a tomar el té en su casa y ella aceptó con normalidad. Ella sonrió y le resultó cautivadora: al sonreir se le iluminaba la cara, era tan dulce...

Se sentaron a tomar el te y los bellos ojos cálidos del chico se fijaban en los gestos tan femeninos de ella. Que belleza. Hablaron un buen rato de temas interesantes. Ella se fijó en su bello jardín y en el lienzo. Se acercó a ver lo que estaba pintando y le dijo que pintaba muy bien. Él le enseñó el jardín, le explicó que esas eran sus aficiones y estuvieron hablando de ello un rato. La chica dijo que lo había pasado muy bien, pero que era hora de irse a casa. Él la invitó de nuevo otro día. Nunca antes otra chica había pisado su casa, pero ella sin duda era la excepción. Los gestos y el rostro de aquella chica continuaban en su mente, y en los días siguientes fue la inspiración para su nuevo dibujo. La tarde que ella vino a su casa coincidió que estaba pintando. Ella preguntó quien era la persona del dibujo. Eres tú, dijo él. Ella sonrió un poco sonrojada. A él le encantaba eso. Continuaba mirándola: como podía no ver ella lo que él veía en ella. Se puso en pie y se acercó a ella, ella lo miró preguntándose que era lo que iba a decir. Pero él esta vez no diría nada: le dió un cálido beso en los labios. Benditos labios... aquel beso los fusionó por completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario